sábado, 18 de diciembre de 2010

talleristas lindos lindos lindos!!!!!!!!
Que terminen maravillosamente bien el año y arranquen diez mil veces mejor el 2011!!!!!!!
Un placer compartir con ustedes un espacio tan hermoso como este, y vernos crecer y compartir juntos nuestras vidas a través de la escritura.
Dénle siempre pa' delante, los quiero mucho mucho!!!!
Besitos, Gi

jueves, 25 de noviembre de 2010

Talleristas de mi corazón!!!! este martes vuelvo con todas las pilas, jeje, los re extrañé!!!! aguante aguante aguante el taller!!!!!!!! Besitos!! Gi

miércoles, 3 de noviembre de 2010

En el nombre del olvido

EN EL NOMBRE DEL OLVIDO
A LA MEMORIA DE LOS OLVIDADOS
AUTOR: SANTIAGO GJURATOVICH
Terminó de contar y se dio la vuelta. No había nadie allí. Creyó ver a Mary, detrás de un árbol y la llamó para que saliera. Pero cuando se acercó a buscarla no vio a nadie.
El bosque se extendía hacía el horizonte oscuro y espeso, impenetrable. Ya no recordaba por donde había venido o como volver. Pero ¿acaso los otros podrían haberse alejado tanto en tan poco tiempo? No, seguramente querían que bajara la guardia para picar.
Bueno, no lo iban a conseguir. Se quedaría donde estaba hasta que ellos se cansaran. Tarde o temprano tendrían que aparecer.
Permaneció sentado, esperando, hasta que empezó a oscurecer. Las sombras que hasta ese entonces habían ido creciendo y acercándose, lo cubrieron todo. El bosque habló con miles de siniestras voces inhumanas. Se estaba burlando.
No, seguramente era su imaginación la que le estaba jugando una broma. O quizás solo intentaba entretener, distraer con tontas fantasías para que no se preocupara del real peligro del hambre o la hipotermia. Parecía estar funcionando, porque aunque sentía como si hubiese estado allí una eternidad, no tenía hambre ni sentía frío. Pero no podía sacarse de encima la sensación de que algo lo observaba.
A esta altura era obvio que se habían olvidado. ¿Tan poco importaba para ellos? O tal vez los otros también se habían perdido. Esperaba que no. No le deseaba a nadie semejante soledad.
Se oyó un crujido y pasos en la lejanía. Las sombras callaron. Algo se acercaba velozmente y su presencia era tan fuerte que hasta la misma noche parecía temblar. La sensación de amenaza, de que algo terrible iba a ocurrir, era insoportable.
La figura llegó al claro: Era solo una mujer, elegantemente vestida de negro. Extendió las manos y alguien las tomó, porque sabía que con ella estaría a salvo.
Ahora bien, la historia podría terminar ahí, pero no me gusta dejar las cosas a medias. Les daré esta historia hasta el último capítulo y espero que jamás me la devuelvan. Todo lo que pido es que la cuenten en mi nombre.
A más de cien kilómetros de allí, Mary se despertó de una pesadilla. La conocía bien pues era la misma de siempre. Por eso sabía que no podría volver a dormirse. Lo más frustrante era que nunca lograba ver el rostro del protagonista. Suponiendo que fuera un “él”, ni siquiera estaba segura de ello.
Sabía que era un sueño sobre aquella persona, importante para ella, que se había perdido en el bosque. Y ahora no lograba siquiera recordar su nombre, sin importar cuánto buscara en las profundidades de su memoria. ¿Eso la hacía una mala persona? Estaba segura de que todo se aclararía si tan solo pudiese recordar su nombre.
Así que me acerqué y se lo dije: El nombre que el usaba. Dio resultado.
Él estaba muy feliz desde que había conocido a la dama de negro. Si sentía invencible, como si ya nada pudiese lastimarlo. Con el tiempo, había llegado a perdonar a sus amigos por abandonarlo. Incluso los extrañaba.
Por eso, cuando Mary apareció en el bosque un día, llevando en brazos lo que seguramente sería un regalo a modo de disculpas, corrió a saludarla.
Pero ella lo ignoró y siguió caminando con expresión seria. Casi parecía que no lo hubiese visto. Se veía más alta, seguramente porque hacía mucho que no la veía. A lo mejor no lo había conocido. Quiso explicarle que era él, Augusto, pero ella siguió caminando hasta llegar al árbol en el que él había contado y buscó algo a sus pies. Entonces Augusto recordó lo que él había olvidado y supo el nombre de la dama de negro.
Porque Mary acababa de dejar flores en su tumba.
FIN.
Decidí subir el cuento de la ultima clase. Espero les guste lo suficiente como para dejar algún comentario. Lo subí a este y a mi blog. No me había dado cuenta de lo corto que es hasta que lo pasé a la computadora. Me gustó mucho la consigna esta vez.

martes, 26 de octubre de 2010

JUGUEMOS EN EL BOSQUE

Gente, aca les dejo el cuento que salio del encuentro de hoy, espero que les guste. A mi, por lo menos, me divirtio hacerlo.




Juguemos en el Bosque

“…Veintiocho, veintinueve y ¡Treinta! Punto y coma ¡El que no se escondió, se embroma!”

Gritó el pilluelo y se volteó rápidamente, esperando agarrar a su hermanita in fraganti mientras corría en busca de un escondite. Pero no, no había nadie. El bosque, tan espeso en este punto, permanecía estático. Expectante. Las copas de los árboles formaban una cúpula en lo alto que solo dejaba entrar la luz cada tanto y de a poquito, en forma de finos haces de luz que raramente llegaban a iluminar el suelo. Los trinos de los pájaros y los ruidos comunes de la naturaleza se perdían en la espesura de las ramas. El monte entero parecía contener el aliento, como un animal agazapado antes de atacar.

“¡Mara!...Mara ¿Dónde estas?”

Caminaba lento, extremando las precauciones para no hacer un ruido que lo delatara. No quería que Mara, desde donde sea que se estuviera escondiendo, se diera cuenta de que se alejaba de la base, dejándola desprotegida, para salir a buscarla. No quería perder, y menos contra una nena. Por eso el pequeñin caminaba despacito despacito, cuidándose de no pisar las ramitas caídas y esquivando las hojas secas. Siempre en puntillas, para no despertar al bosque.

“… ¿Dónde te escondiste, Mara?”

Se estaba alejando mucho, más allá de lo que tenían permitido. Nunca habían ido tan lejos antes, y le estaba empezando a picar el miedo. No lo iba a aceptar, claro está, pero sabía que no tenían que estar ahí, que estaba prohibido, y eso lo asustaba. No quería seguir adelante, pero tampoco podía volver atrás sin su hermanita, así que se quedó parado ahí. Clavado en el suelo, sintiendo el pasto y las hormigas haciéndole cosquillas entre los dedos de los pies, trató de oír algo en medio del espeso silencio que lo rodeaba. Cada vez estaba más inquieto.

“¡Sabes que papá y mamá no nos dejan alejarnos tanto!”

Gritó la criaturita, aunque por adentro pensaba “volvé, que me da miedo”. Quietito quietito, casi paralizado, esperó una respuesta que no vino. En su lugar llegó hasta él el lejano rumor de una risa aguda e infantil. Que su hermana se burlara de él lo enojó, y por un momento se olvidó del miedo que sentía y corrió hacía donde creyó que provenía el ruido. A medida que avanzaba el rumor se sentía más cercano, pero al mismo tiempo el tono era distinto: ya no estaba seguro de que se tratara de su hermana. La duda lo paró en seco, y casi inmediatamente también cesó la risa. Nuevamente lo rodeaba un silencio sepulcral.

“¡Dale! Salí que ya te vi: ¡estas atrás del árbol!”

Estaban en un bosque, muy seguramente Mara estaría detrás de un árbol, y si bien él aún no sabía detrás de cual, solo quería dar el juego por terminado y volver a casa. Ya no era divertido. Sin darse cuenta se había alejado aún más, persiguiendo la risa que pensó que era de su hermanita. Adonde estaba ahora los árboles estaban más espaciados, se podía caminar sin problemas entre ellos, y en algunos lugares se veían pequeños claros completamente desforestados, bañados de la cálida luz del sol. Nunca había visto esa parte del bosque. Sus padres le habían dicho que no se suponía que la viera. Estaba prohibida, y solo los grandes tenían permitido llegar hasta ahí. De repente una carcajada rompió el silencio, y una multitud de pequeñas risas la siguieron, colándose por las grietas y esparciéndose todo a su alrededor, como campanitas colgadas de las ramas.

“Mara… ¿Estás atrás del árbol?”

Un hilito le voz que se le quebró. Ya no podía disimular el miedo que sentía. Estaba aterrorizado: las piernas le temblaban incontrolablemente, y de sus grandes ojos le salían lágrimas a borbotones. Así y todo, todavía no podía encontrar dentro de si mismo las fuerzas necesarias para llorar a los gritos, como su pobre corazón parecía pedirle en medio de tanta angustia. Solamente se quedó ahí, mudo, deseando que todo fuera un sueño.

“…”

Las risas se acercaban correteando entre los árboles, escondiéndose en los arbustos, rodeándolo. De a poco se hicieron visibles. Una tras otra pequeñísimas siluetas se fueron recortando contra la luz del atardecer. Avanzaban de a saltitos, moviendo arriba y abajo sus brazos finos y sus dedos puntiagudos mientras se sacudían en los espasmos que les producía la risa. Sus ojos, dos por cabeza, brillaban como pequeñas piedras preciosas, pero extrañamente parecían no verlo donde se encontraba, medio camuflado en una porción aún oscura de bosque. Uno de ellos, sin embargo, se adelantó al grupo, y saltando de un lado a otro llegó frente a él sin darse cuenta. Durante un segundo se miraron, pero solo fue un segundo: el diminuto ser abrió su boca, rebosante de dientes, y dejó escapar un alarido desgarrador que caló en los huesos del pequeñín.

“¡UN MONSTRUOOOO, mamaaaaaaaaaaaaá!”

Eso fue lo último que el pequeño mosntruin escuchó antes de caer desmayado en las afueras del bosque. Quién hubiera pensado que los humanos de los que tanto hablaban los cuentos de terror eran reales.



H:M



jueves, 30 de septiembre de 2010

hola a todos!!!por fin me desidi a subir algo.bueno en realidad lo tenia que hacer si o si las amenazas de los coordinadores del taller eran cada vez mas violentas!!!ja ja. sepan disculpar mis faltas ortograficas es que no me llevo con el teclado ni con la ortografia.

Arte.
Por mis venas corre el arte
sin rumbo viaja por todo mi cuerpo
aveces deja,en mi cabeza,ideas
imagenes o ajenos recuerdos
otras veces toma posecion de mi mano
dejando mensajes extraños
em mis sueños el arte
me ha creado un mundo nuevo
y me ha permitido ver
todo su conocimiento
aveces sin motivo alguno me abandona
pero siempre es por poco tiempo
y cada vez que vuelve
vuelve con un poco
de todos los mundos que ha visitado
yo,solo soy,un mero instrumento
que ha tenido el honor
de que el arte
tomara posecion de mi cuerpo.

Virginia Amatriain

martes, 7 de septiembre de 2010

LA BESTIA

Gente brava, aca les dejo mi ultima creaciòn. Es, como veran, la consigna que trabajamos hoy en el taller. Por suerte, hoy la inspiracion me agarro trabajando, como decìa Picasso, y lo pude terminar. Es, ademàs, mi cuentò mas largo hasta el momento y la primera incursion en el genero del terror que hago desde hace mucho tiempo. Espero que no los aburra, y de ser posible los entretenga,

saludos

HARRY







LA BESTIA






No soy yo mismo cuando me enojo. Pierdo la compostura y el autocontrol, y sin darme cuenta me vuelvo un animal salvaje. A veces, en los peores casos, la mente se me pone en blanco y minutos u horas después, cuando todo ya ha acabado, vuelvo en mi, aún acalorado y sin tener ningún tipo de recolección de lo sucedido. Esas situaciones son especialmente frustrantes, ya que sin saber porqué me encuentro obligado a tomar responsabilidad por mis desmanes, lo cual suele acarrearme consecuencias funestas. En cierta ocasión, cuando recobré la conciencia y el control sobre mi mismo estaba encerrado en una de las jaulas de la comisaría, esperando a ser juzgado por agresión y arsonismo, cargos sobre los que no recordaba absolutamente nada. Los oficiales de la seccional me llamaron monstruo y bestia. Incluso una mujer policía me acusó de haberla mordido.

Esa vez la saqué barata, ya que todavía era menor de edad, pero el moco lo pagaron mis viejos. Desafortunadamente, de lo que hice hoy no me salva nadie, ya que ninguno de mis arranques previos, por brutales que hayan sido, se acercan siquiera a la escena que tengo enfrente en este momento. Tal vez, en el mejor de los casos, me declaren inimputable por loco y termine mis días en alguna habitación acolchada de un sanatorio mental.

Volví en mi hace no más de quince minutos y en mitad de un grito. Un grito mío, casi un rugido. Estaba arrodillado en el piso de mi cocina. Una vena me latía violentamente en la sien y sentía la cara caliente, pero a la vez húmeda, como si me la acabara de lavar. Me llevé las manos al rostro, pero me detuve al instante, horrorizado: como si llevara un guante carmesí, mi mano izquierda estaba completamente cubierta de sangre, espesa y brillante, que subía por mi antebrazo, casi hasta llegar al codo. Mi mano derecha, en cambio, estaba lívida por la tensión con la que aferraba un palo de escoba roto, partido por la mitad, cuyo vértice parecía la punta de una estaca. Una mezcla de miedo y adrenalina me hacía temblar frenéticamente. Me incorporé como pude, apoyándome en la mesada y manchando todo lo que tocaba. “Dejando huellas”, recuerdo haber pensado, lucidamente criminal en medio del caos que me rodeaba. Por alguna razón el microondas estaba prendido. Mareado, me recosté contra la pared y traté de respirar hondo. Tenía que tratar reconstruir todo lo sucedido hasta el rugido que me despertó.

Distintas imágenes venían a mí, pero no tenían el menor sentido. En una rápida y violenta sucesión pude recordar un timbre y aullidos, tanto humanos como animales, manos que trataban de pararme y caras que pasaban frente a mí, pero demasiado rápido para identificarlas. Los movimientos eran acelerados hasta un punto imposible, y extrañamente había música de fondo. Sandro, creo. Lo último que llegué a ver fue la biblioteca que esta en mi estudio, pero un dolor insoportable se apoderó de mi cabeza, golpeándome como un rayo, y me vinieron ganas de vomitar. Arrastrándome contra la pared me encamine al estudio pero a poco de salir de la cocina me resbalé y termine en el piso de vuelta, en medio de un inmenso charco de sangre donde se cruzaban dos rastros de huellas: uno era de pisadas, e iba por donde yo había venido. El otro se asemejaba al sendero de baba que deja tras de si un gusarapo, y se perdía por el pasillo que lleva a la entrada. Hacia mi despacho había un pequeño camino de gotas de sangre, insignificante en comparación con lo que acababa de ver. Era como esos juegos que vienen en lo diarios o las revistas para chicos: une los puntos y descubre la imagen completa. Por la puerta del estudio aún se veían los últimos rayos del sol de la tarde, pero una vez adentro lo que encontré era más oscuro que la noche cerrada, y aún más escalofriante. Tirado boca arriba yacía Manuel, la nueva pareja de mi ex novia. Tenía la cabeza destrozada a golpes y en el pecho un profundo agujero, más o menos del ancho de un puño, desde donde se asomaban las puntas de sus costillas rotas. Casi irreconocible, hundido en su sangre a pocos centímetros del cuerpo estaba el primer inventario de poemas de Mario Benedetti. Laura y yo lo compramos hace bastante tiempo, y el mismo Mario nos lo había firmado durante una visita a la feria del libro. Ahora tenía toda la pinta de haber sido el causante de las heridas que le abrieron la cabeza de Manuel, y no se como fui capaz de hacerlo, pero solo podía suponer que mi brazo izquierdo bañado en sangre era el culpable de su pecho perforado. Súbitamente los recuerdos comenzaron a volver.

Un timbre me había despertado de la siesta de la tarde. Cuando fui a abrir me encontré a Manuel parado del otro lado de la puerta, con su boina torcida, sus lentes sin marco y esa expresión sobradora que yo odiaba desde el primer momento en que lo vI, aquella vez en el boliche, poco después de haber cortado, cuando ella me dijo “Juan, este es mi nuevo novio” y le dio un beso. Ahora Manuel estaba enfrente mío, y me exigía no se que cosa. No lo había escuchado, estaba demasiado ocupado odiándolo, así que fingiendo un problema en el oído le pedí que repitiera. “Vengo a buscar las cosas”, me dijo y entro sin pedir permiso, casi ni me dio tiempo a apartarme. Claro, las cosas. Laura me había dicho que iba a venir, que lo mandaba a el porque ella tenía que trabajar o no se que excusa me metió. La verdad es que no se animaba a venir. Desde que cortamos que me tiene miedo, no se porque. Como si estuviera en su casa Manuel encaró para la habitación, supongo que pensando que las cosas de ella seguirían ahí, como las había dejado. Lo pare al vuelo y le dije que ya tenía todo separado en el estudio y entramos juntos. Sabía que había dejado los bártulos de esa turra en una caja y la había tirado por ahí, pero como no estaba a la vista tuve que ponerme a buscarla. Cuando finalmente la encontré y me di vuelta para dársela agarré al invasor revolviendo mi biblioteca, el único amor que me quedaba. “¿Qué mierda pensas que estas haciendo?” le dije y tiré la caja al piso. “Nada, viejo” me contestó sobresaltado “solamente estaba mirando”. En la mano derecha, que rápidamente había tratado de esconder tras la espalda, sostenía mi Inventario Uno. Me estaba empezando a enojar y le grité “Entonces, ¿Qué carajo tenés en la mano, me queres decir?” Sorprendido en el acto no le quedo otra más que confesar: “Mira, viejo (viejo, que palabra odiosa, ¿Cómo se atrevía este tipo a decirme viejo a mi?), Laura me pidió que le lleve este libro. Me dijo que le importa mucho y no lo quería perder. Como pensó que no se lo ibas a dar me dijo que lo saque cuando estuvieras distraído”. A medida que decía esto fue estirando tímidamente el libro hacia mí, ofreciéndome de vuelta lo que me había querido robar. Yo sentía la cara ardiendo de cólera, y debe haber sido en ese momento cuando perdí el control. Arranque el tomo de sus manos y, puteándolo de arriba abajo primero y directamente aullando como una bestia después, comencé a golpearlo salvajemente en la cabeza con él. No paré cuando cayó al piso, y tampoco cuando ya no podía gritar. No pare hasta que, de alguna forma, literalmente le arranque el corazón con las manos.

Ahora podía recordarlo todo, pero el conocimiento de mis actos, lejos de liberarme me condenaba. Había cruzado la última frontera que dividía la civilización de lo inhumano, lo brutalmente primal. Ya no había vuelta atrás. No para mí. Durante un par de segundos me quedé mirando al muerto de mi habitación y, mientras estaba ahí, apoyado en el marco de la puerta me di cuenta de que ya no temblaba, ya no estaba mareado. El haber reconocido a mi otra parte me había dejado extrañamente sereno. Hasta podía respirar normalmente, y es más, por la nariz, que usualmente tengo tapada por la sinusitis. Divertido, me distraje inhalando y exhalando por ella, como redescubriéndola, y recién en ese momento me di cuenta que la música que había creído oír en mi cabeza al despertarme estaba sonando en realidad. Era Sandro, sin lugar a dudas, y se sentía peculiarmente fuerte. Me reconforté al darme cuenta de que al menos no estaba tan loco como para imaginar música. Pero así y todo, ¡que música de mierda! Venía de la casa de la vieja de al lado, que siempre escucha al finado a todo lo que da, y encima la canta llorando desde que su ídolo paso a mejor vida. No me molestaría tanto si las paredes no fueran tan finas. Entonces me golpeó: las paredes finas, el camino de sangre que se perdía por el pasillo. Algo más había pasado acá. Me devolvía hasta el charco de sangre en el que me había caído, y que ahora era un desparramo de huellas y patinadas en todas direcciones. Tratando de no hacer ruido seguí el rastro de la babosa sanguinolenta por el pasillo, y casi llegando a la puerta de entrada la vi. La vieja, mi vecina, estaba tirada en el piso, como una ballena encallada en la costa. Jadeaba pesadamente y me parecía que estaba llorando. Su brazo regordete se estiraba tratando de alcanzar el picaporte, pero sus dedos ensangrentados y chiquitos resbalaban en él sin poder accionarlo. Su figura obesa estaba coronada por la otra mitad de mi escoba, la que tiene el cepillo, que sobresalía ensartada en su espalda como un arpón. Ante esta imagen pensé que yo había triunfado donde Ahab pereció, y no pude evitar que se me escapara una risita. La vieja debió escucharme, porque enseguida comenzó a sollozar más fuerte. Esta vez los recuerdos volvieron fluidamente, casi sin que los llamara.

Poco después de haber terminado con Manuel, y mientras admiraba mi obra alguien nuevamente llamó a mi puerta. Fueron varios golpes fuertes y desconsiderados seguidos de un par de timbrazos largos. Todavía en transe fui hacía la entrada recitando “Es un visitante a la puerta de mi cuarto queriendo entrar. Algún visitante que a deshora a mi cuarto quiere entrar. Solo eso, y nada más”. Abrí la puerta y frente a mi estaba la vieja, con los ojos aún rojos por su llanto ridículo y su perrito enano correteándole alrededor. Comenzó una perorata acerca de que era imposible vivir así, con un vecino que en plena tarde se pone a gritar como un condenado y golpear cosas. Sin decirle nada la hice pasar, y cerré la puerta tras ella. Es probable que en ese momento la pobre mujer notara mi apariencia y mi sonrisa extrañas, porque mientras retrocedía un paso lentamente, adentrándose aún más en mi casa, me pregunto con otro tono “¿Estas bien, nene?¿Te cortaste?¿Qué es tanta sangre?” Riendo sin darle importancia comenté algo acerca de una cucaracha gigante que estaba durmiendo en mi cama y que tuve que matar. Increíblemente esto pareció asustar más a la anciana que mi figura ensangrentada y retorcida. Le dije que valla a verla si quería, con confianza, que todavía estaba ahí, y en el momento que me dio la espalda me deslice dentro de la cocina, agarre la escoba que estaba contra la heladera y la partí con la rodilla. El crujido asustó a la vieja, que pegó un gritito agudo y, seguramente pensando que mi Gregor Samza seguía vivo volvió corriendo hacia mí. Yo la recibí descargando un violento golpe en su cabeza con el cepillo del escobillón que la tumbó en el acto. El perro comenzó a ladrar histéricamente, y tratando de defender a su ama se colgó de mi pantalón con sus dientes minúsculos. Lo alejé de una patada y golpee nuevamente a la mujer, que intentaba pararse. Caída frente a mí la vieja era un blanco aún más fácil. Hice girar el medio escobillón en mi mano y sin dudar ensarté el extremo punzante en su espalda, asegurándome de penetrar entre las vértebras. La mujer soltó un leve aullido, y su perro volvió a la carga. Esta vez lo agarré del pescuezo en pleno salto y lo llevé a la cocina. Abrí la puerta del microondas y lo metí adentro mientras el bicho trataba de morderme los dedos. Entraba perfectamente, como si lo hubieran pensado de fábrica para cocinar perritos de juguete. Supuse que cuarenta y cinco minutos a potencia máxima serían suficientes y, consciente o no de lo que había hecho esa tarde comencé a reírme a carcajadas, como una hiena.

Parado detrás de la vieja que aún intentaba abrir la puerta recordé esa risa que se había transformado luego en el gritó con el que recobre la conciencia, y que ahora volvía a subirme por la garganta, creciendo centímetro a centímetro hasta explotar en una risotada infernal. En eso estaba cuando escuche la campanilla del microondas y no pude sino reír aún más fuerte, reventando desde adentro, si se quiere, como en un aullido diabólico.

Acá termina mi relato. Estamos nuevamente donde comencé a escribir. Pero no quiero que malinterpreten estas paginas. Y esto es muy importante para mí. Quiero que quede claro que esto no es una confesión: es el paso a paso de mi última crueldad, no para hacerle el trabajo más fácil a la policía, cuyas sirenas ya puedo escuchar a lo lejos, sino para poder entenderla mejor yo, y así ser capaz de mirar de frente a mi otra parte por primera vez sabiendo lo que hice. Para que sepa que la reconozco y la acepto antes de que tire mi cuerpo maldito por la ventana para, si tengo suerte, caer sobre la primera patrulla que se atreva a detenerse en mi umbral.














H:M
Sin título
Hace tiempo que no subía nada. Todavía estoy lidiando con un projecto personal. No obstante, acá va lo que hice para el taller el día de hoy. Que lo disfruten.

SIN TÍTULO
AUTOR: SANTIAGO GJURATOVICH
Mi esposa estaba muerta, finalmente. Tenía el hacha incrustada en el cráneo y las ropas manchadas con sangre. El rojo siempre le había quedado bien. Me sentía feliz: Ella ya no podría volver a lastimarme.
No me malentiendan, amo a mi esposa. La amé desde el primer momento en que la vi. La seguridad de sus pasos y la fuerza de su carácter me conquistaron por completo. No era realmente hermosa, pero creía serlo. Y si uno pasaba suficiente tiempo con ella, podía empezar a creerlo también.
Tuvimos un corto noviazgo antes de casarnos. Ese fue el día más feliz de mi vida. Ella insistió en buscar un hijo desde el primer día. A medida que pasaban los meses se fue impacientando. Me echó la culpa a mí, por ser tan inútil que ni siquiera podía dejarla embarazada. Yo supuse que tendría razón, pero el médico nos dijo que las cosas eran al revés.
Esa noche, al llegar a casa, tomó el paraguas y me golpeó con él. Pensé que estaba bien: ella estaba muy enojada y seguramente no quería lastimarme. Nunca se disculpó.
Decidimos adoptar un hijo y por un tiempo, fuimos felices. Pero a medida que el pequeño fue creciendo, mi esposa se fue volviendo más violenta. Decía que el chico no estaba creciendo como debía, que se portaba mal, que era todo mi culpa… y me golpeaba, me pegaba. No sabía quién decirle, ni dónde buscar ayuda… Tenía miedo de que se burlaran de mí.
Así que la maté. Fue así de simple: Le pegué un hachazo y estaba muerta, la golpee en la cabeza y estaba muerta, le abrí el cráneo y estaba muerta, quise matarla y estaba muerta.
Y ahora nuestro hijo está en la puerta tocando el timbre. Sé que es él y que se olvidó las llaves porque solamente él escucha esa música tan horrenda.
Me llevaron unos hombres muy amables vestidos de blanco. Me dieron una linda habitación acolchada. Siempre vienen a hablarme y anotan lo que digo. Deben de quererme mucho.
FIN.

domingo, 22 de agosto de 2010

¡Queridos talleristas!!!

El próximo martes 24 de agosto, de 14 a 16 hs, retomamos el taller de escritura creativa. Este cuatrimestre vamos a estar en el aula C.

¡Los esperamos!!!

martes, 29 de junio de 2010

Sonrisas

-Emanuel: te escucho del otro lado de la pared. Esta pared blanca y fría. (Toca la pared). Te escucho hace días y no puedo dormir. No puedo dejar de pensar en vos. Del otro lado. ¿Podés escucharme?

-Bruno: (Del otro lado de la pared) ¿alguien me habló?

-Emanuel: No, no me escuchás, es imposible que me escuches. Soy nadie, soy tu vecino que te ve todos los días y apenas puede hablarte. Te veo y me paralizo. Te escucho del otro lado y no puedo dormir. Te siento y creo que voy a enloquecer. No puedo dejar de hablar solo. No puedo hablarte. (Llora)

-Bruno: (Abre la puerta y entra otro hombre, se besan)

-Emanuel: ¿podés sentirme?, ¿podés mirarme?, ¿estás ahí? Por favor, quereme, anhelame, deseame. Estás tan lejos y tan cerca. Me gustaría que el otro no existiera. Me gustaría ser valiente y dejar de hablar solo. Me gustaría poder rajar esta pared y romperte.

-Bruno: (Habla con el otro hombre, no se entiende lo que dicen, se sientan en un sillón y abrazan, siguen conversando)

-Emanuel: No puedo seguir. No sé cómo seguir. Cómo dejar de mirarte. Cómo dejar de esperar que estés del otro lado. Que me veas, que notes mis ojos enrojecidos, que sientas mi mano y me abraces.

-Bruno: (Sale de la casa con el otro hombre. Sonríe y apaga la luz)

-Emanuel: Te fuiste. Ni siquiera te tengo del otro lado de la pared. Estoy muerto y olvidado. No hay forma de continuar. No puedo dormir. No quiero dormir. Porque dormir significaría estar muerto. Y yo no quiero morir. Por favor, no quiero morir. Por favor, no me mates. Por favor, abrazame. Por favor.

miércoles, 16 de junio de 2010

Hola a todos. Les hago entrega de un nuevo cuento para su disfrute personal. Es un poco raro, creo, pero se me ocurrió cuando me estaba quedando dormido, así que no pueden culparme por eso. Espero que les guste y dejen algún comentario.
PERFECCIÓN
AUTOR: SANTIAGO GJURATOVICH
En la cama de un lujoso hospital descansaba el cuerpo de un niño. De su mente no podía decirse lo mismo. Aún fuertemente sedado, no encontraba descanso. Es que, en muchos casos, el cuerpo y la mente no coinciden, y en su caso en particular, más aún. Porque ese cuerpo, que no había envejecido ni un solo día después de los diez años, albergaba una mente de diecisiete años de edad.
Nadie podía explicarse como algo así era posible. Desde el momento en que el fenómeno había sido detectado, se habían realizado casi todas las pruebas posibles (casi todas, porque el sujeto no habría podido sobrevivir a las restantes). La información había sido recolectada exitosamente, y analizada por todos los medios posibles. El resultado final siempre era el mismo: Imposible. Algo así simplemente no podía existir.
No era esa, sin embargo, la razón por la que el joven con cuerpo de niño estaba en el hospital ese día. Esa persona había intentado suicidarse, y casi lo había logrado. De no haber sido capturado con las manos en la masa, el daño habría sido irreparable.
Frente a la cama, sentada con las piernas cruzadas, esperaba una enfermera. Tenía un uniforme blanco, blancos guantes y un gorro también blanco. Toda su vestimenta estaba impecablemente limpia. Era hermosa, con la cantidad adecuada de maquillaje perfectamente aplicado, puliendo cada uno de sus rasgos. Se habría visto bien sin necesidad de estas cosas, pero con ellas lucía simplemente radiante.
Lentamente, el paciente abrió los ojos. Tardó un rato en enfocar la mirada. Cuando lo hizo, pronunció unas pocas palabras en tono derrotado. –Fallé ¿verdad?-
-Eso depende de lo que consideres “fallar”- dijo la enfermera sin moverse de su sitio.-Personalmente, me gusta considerar como un triunfo aquella opción que me permite seguir con vida.
- Eso lo dice porque no tuvo una vida como la mía.
- No la tuve. No, nadie jamás la ha tenido ¿Eso te molesta?
-¿Es usted psicóloga o algo? – Preguntó el chico, de pronto desconfiando.
- Soy una enfermera. Pero los médicos a cargo de tu caso creen que podrías beneficiarte si hablaras un poco conmigo.
-¿En qué forma?
- No lo sé, no me dijeron nada. Creo tener una idea… Pero no voy a decírtela todavía.
- No serviría de nada. Usted no puede entenderlo.
La enfermera se levantó y se acercó a él. Cuando habló, lo hizo con ojos decididos- ¿Por qué no probas entonces? Contáme tu historia a ver si la entiendo ¿o acaso tenés miedo de que sí la entienda?
-¿Por qué tendría que hacerlo?
- Porque si no me lo contás a mí se lo vás a tener que contar a todo un equipo de psicólogos que están preparando para vos.
- No habla enserio. ¿Verdad?- Preguntó el joven asustado
-Hablo muy enserio. Sos un caso demasiado especial como para perderse de una oportunidad así.
- ¡Como quiera!- Gritó el paciente enojado- ¿Sabe aunque sea algo de mi caso?
-Leí el archivo. Pero no dejes que eso te detenga. Empezá por donde te sientas más cómodo.
El chico tomó aire antes de empezar a hablar. En un principio era apenas un susurro, que fue ganando en volumen a media que avanzaba. –Dos años. Ese fue el tiempo que tardaron en darse cuenta de que yo ya no estaba creciendo. Primero pensaron que era un problema de nutrición, después uno hormonal, y cuando resultó que no era ninguno de los dos empezaron a preocuparse. Estuvieron haciéndome estudios durante más de una año antes de decirme nada. Resultó que no tenían idea de lo que me pasaba. Todo indicaba mi edad, excepto por mi cuerpo. Me mandaron a casa, con instrucciones de llamar si algo cambiaba.
“Al principio no fue tan difícil: Había perdido el año por faltas así que la aparente diferencia de edad no se notaba tanto. Después se empezó a complicar. Todo el salón sabía ya lo que me pasaba. El médico había creído prudente explicarles.”
“Entonces empezaron las burlas. No era para tanto al principio, pero era desagradable. Me trataban como una especie de bicho raro, se juntaban entre varios para pegarme. Para cuando me quise defender ya era muy tarde: Todos eran ya más grandes y más fuertes que yo. Estaba bastante mal de ánimo.”
“Me empezaron a gustar las chicas. Digo, antes me gustaban, solo que me empezaron a gustar GUSTAR ¿entiende? A las chicas yo les gustaba, como adorno. Mi vida amorosa estaba frita antes de empezar por el simple hecho de que yo era demasiado tierno, demasiado infantil para ser objeto de deseo.”
“Así que no tengo amigos, ni novia, ni chance de cambiar eso. ¿Todavía le parece que tengo una vida feliz?”
-Nunca dije que fuera feliz- respondió la enfermera- Aunque todavía creo que vale la pena. En todo caso ahora me toca a mí.
- ¿Qué quiere decir con eso?
-Quiero decir, que ahora es mi turno de contar una historia, y ya que escuché la tuya sin interrumpirte, te sugiero que hagas lo mismo.
“Había una vez una niña que nació con manos y brazos perfectos, aunque el resto de su cuerpo era de lo más normal. No obstante, perfecto no quiere decir práctico: Sus manos y brazos parecían pertenecer a alguien de entre veinte y treinta años de edad, incluso desde su nacimiento. No tenían límites de fuerza, o de ninguna otra cualidad. Jamás cometían un error ni temblaban indecisos. Los médicos intentaron extirparlos, solo para darse cuenta de que no podían dañarlos de ninguna forma: Las sierras con filo de diamantes se rompían en pedazos, los rayos laser ni siquiera dejaban alguna marca. Tendría que vivir con ellos”
“Aunque la niña fue creciendo, sus manos y sus brazos siguieron siempre iguales. No necesitaban cambiar, pues ya eran perfectos. De ella también se burlaban, pero con más crueldad. A ella la llamaban monstruo, porque alguien con manos o brazos tan perfectos no podía ser humano.”
“La niña se preguntaba por qué sus brazos no la protegían y un día lo supo: Aunque perfectos, seguían siendo sus brazos y sus manos, no se moverían a no ser que ella se los ordenara. Con ese conocimiento, se esforzó mucho por llegar a ser alguien que pudiera ayudar a la gente con sus brazos y sus manos, para que todos vieran que no eran tan malos, y para que todos supieran que ella quería ayudarlos.”
-No esperará que yo me crea todo eso.
La enfermera se acercó a la pared, se sacó sus guantes, revelando un par de manos tan hermosas que no hay palabras para describirlas y, con solo sus dedos pulgar e índice, arrancó un trozo de concreto, lo sostuvo un instante en el aire como si no pesara nada, para luego pulverizarlo con igual facilidad. –Me hubiese gustado que lo creyeras sin necesidad de una demostración. Por cierto, los costos de reparación van a estar incluidos en tu factura.
-Pero… pero… no lo entiendo ¿Porqué me contó todo esto? ¿Qué se supone que aprenda?
-Sos medio cabeza dura ¿verdad? Nadie te dijo que tuvieras que aprender nada. Pero si insistís en una moraleja acá va una:” Es mejor que te aceptes a vos mismo, porque sos el único que te va a tener que aguantar durante toda la vida” Es una bastante buena, especialmente en tu caso, aunque si se te ocurre algo mejor ¡más vale así!
-Doctora DiMaría se la necesita en la sala de operaciones- anunció una voz por los parlantes.
-Bueno me tengo que ir, parece que me llaman.
-¡Pero usted me dijo que era una enfermera!
-Y es cierto, pero también soy cirujana cardiovascular y neuróloga. Soy buena en esto de la medicina. En cualquier caso, pensá en lo que te dije y no trates de matarte. ¡Nos vemos!
El chico quedó solo en la habitación con la historia aún dando vueltas por su cabeza. Después de un rato, supo que tenía una moraleja todavía mejor: Aunque tengan millones de puntos en común, todas las vidas son únicas a su manera. Esa es la mayor relación entre todos esos seres que se llaman a sí mismos humanos. Todos son iguales, en el hecho de que todos son únicos.
Ya encontraría alguien que lo viera como era: no solo su apariencia, sino también el joven debajo de ella. Después de todo, si no podían ver más allá de la superficie, probablemente no fueran amigos de los más interesantes. Alguien que no iba envejecer en otros siete años, o setenta, o setecientos, necesitaría una vida interesante. Iba a ser una larga vida, pero no estaría solo.
FIN.

miércoles, 9 de junio de 2010

EL PRIMER HOMBRE SOLO

gente, me atrevi a subir un pequeño cuentito, ya que en el taller me instaban a hacerlo. Aqui esta, no es demasiado, pero en fin:


Una noche la encuentro en una peña de Humanidades y todas las frustraciones me vuelven al cuerpo hasta matarme. Me bajo tres litros de cerveza viéndola moverse de un lado a otro, sin reconocerme. En cierto momento estoy tentado a sacarla a bailar, pero me encuentro demasiado viejo para seguir engañándome en estas cosas. Simplemente me emborracho y la dejo atrás, sepultándola como si fuera la felicidad misma. Rezo para hacerme de piedra, hasta que por fin paso del otro lado de las emociones y me olvido de lo que es sentir algo por una mujer. “Después de todo”, me digo mientras me arrastro solitario hasta mi departamento, “también se puede vivir sin ser feliz”.






H:M

lunes, 3 de mayo de 2010

Acá va el cadáver exquisito que escribimos en uno de los encuentros del taller, Germán, Cora, Facu y yo. Y nos reímos mucho mucho mucho!! Que lo disfruten, besos!!


LUCRECIA SE FUE FUMADA AL CINE A VER A HARRY

Y le dijo: “Loco, no estás fumado, ya no te quiero”.

Entonces decidió irse del cine a visitar a su tía abuela a la que le decían “La Pepita”.

Pero los efectos de la droga eran tan fuertes que confundió el edificio donde terminó visitando a otra mujer que la recibió como si fuese la mismísima sobrina nieta.

Esa mujer se encontraba en el edificio limpiando, cuando la vio inmediatamente se dio cuenta de que estaba totalmente volada, se le acercó y le habló.

“Querida, le voy a contar a tus papás que sos una drogadicta insolente y maleducada. Drogadicta, drogadicta, drogadicta” Pero Lucrecia ya estaba volando con la magia de Harry y meando con alegría los canteros de la vieja.

Al verla mear, la vieja reflexionó sobre su vida y decidió unirse a Lucrecia. Entonces, juntas mearon felices los canteros de la vieja. Cuando se cansaron empezaron a cagar las dos juntas mientras gritaban “La caca al poder”

Lo gritaron una y otra vez, más y más fuerte. “La caca al poder”; “LA CACA AL PODER”, tal fueron sus gritos que llamaron la atención de los vecinos.

De a uno se fueron sumando hasta alcanzar una gran multitud que, golpeando pelelas y palanganas, no dejaban de repetir “la caca al poder”, hasta que uno, el más sorete de todos, se paró sobre un inodoro y comenzó un discurso:

“Soretes y soretas, nosotros tenemos derecho a ser defecados en lugares “decorosos”, como inodoros y letrinas limpias. Griten conmigo: “No a los fumados que nos cagan sin consideración en cualquier cantero”. Y todos los soretes se cagaron de puro contentos.

Ante tal rebeldía la tía y Lucrecia decidieron iniciar una guerra contra los soretes. El vecino les prestó un tanque pero los soretes eran muy poderosos porque tenían la capacidad de convertirse en diarrea.

Y aquel fue el inicio de una de las guerras más sentidas por la humanidad: El hombre contra los soretes. Duró decenas de años y continúa hasta hoy. Los soretes han tomado el dominio de los medios de comunicación convirtiendo a nuestra querida televisión en una verdadera cagada.

Y ya no era sólo “el hombre contra los soretes”, se convirtió en una guerra contra el hombre. Televisión y caca, radio y caca, internet y caca, todos contra el hombre que los creó. La guerra acabó y todos terminaron por comprender que los medios de comunicación eran una mismísima ¡MIERDA!

sábado, 24 de abril de 2010

Reacción



Mirando hacia arriba,
más allá de los pisos, de los vidrios
pasando el techo.
Mirando al frente,
más allá de la ventana:
¡ hoy me tiro!
más allá de los escritos:
¡hoy me marcho!
más allá de las voces, las palabras;
los mimos, las caricias:
¡hoy reacciono!

Mirando, oh musas, el caudal de posibilidades
sintiendo, oh sangre, el caudal de tu vida,
esperando, oh luna, el caudal de tu magia
me encuentro.
Mirando como se acercan tus uñas al color de
la muerte, como tu piel se deja conquistar
por esta noche; el color se adueña
poco a poco de todo tu cuerpo y cuando
su color te conquiste, te apagarás compañera.

Mirando como se alejan y vuelven
vuelven y se alejan.
Mirando como en sueños te acercas
y la vida, te separa, de mi lado
me quita tu latido, de mi lado
me deja sola, hablando con
mis entrañas o con esas agujas
que tanto detesto.

Mirando como me miento,
como no existo, más allá de lo que haga,
diga, sienta; lo que queda es un ser humano
intentando ser humana.

Sabrina García Witzler.

lunes, 19 de abril de 2010

Espectro

Bueno este es un cuento que escribí durante las vacaciones. El único que logre escribir en ese período. Es también mi primer cuento con un narrador protagonista. Les advierto que no es una historia muy feliz. Por favor dejen algún comentario, crítica, o lo que sea.
ESPECTRO
AUTOR: SANTIAGO GJURATOVICH

La primera vez que vi al fantasma fue durante el funeral de mis padres. Llevaba puesta esa extraña máscara suya: Completamente blanca, sin líneas que indicaran rasgo o gesto alguno, solo unas finas rendijas rojas para los ojos. Le quedaba a la perfección, y cubría por completo su rostro. Vestía (Bueno, no se me ocurre otra palabra para describirlo) una delgada tela azul que había sido enrollada varias veces alrededor de su cuerpo. Era enorme (al menos eso creo, es difícil saber, como nunca volví a verlo completamente erguido) debía de medir más de dos metros.
Pude observarlo con claridad a través de la lluvia, aunque nadie más parecía notarlo. Recuerdo que en aquel entonces no me pareció extraño ¿Qué esperaban? Era solo un niño, y tenía miedo.
Yo tendría seis, quizás siete años (no puedo decirlo con seguridad, cuando pienso en aquella época, todo se vuelve confuso). La noche anterior, toda mi familia había sido asesinada por un ladrón. No sé porqué lo hizo, realmente no teníamos tanto dinero. Mis padres solo eran doctores. Casi todo lo que ganaban se usaba para pagar la educación de mi hermana.
Un segundo estaba dibujando en mi pizarra y al segundo siguiente despertaba en el hospital. No quiero saber como sobreviví, ignoré a todos los que querían contármelo. Lo he olvidado por una buena razón y quiero que siga así: olvidado.
Un pariente lejano se encargaría de mí. Ya saben, de esos que solo se ven un par de veces al año, como mucho. Creo que era un tío, pero no estoy seguro. Me llevó a su casa en las afueras del pueblo, donde dejaría que sus sirvientes se encargaran de mí. A él le sobraba dinero y le faltaba tiempo.
Cuando llegó la hora de dormir, no pude resistirme a mirar por la ventana. El fantasma, que me había seguido durante todo el camino, todavía estaba ahí. Se había acurrucado en las ramas de un árbol. Había algo extrañamente felino en esa imagen: Como si fuera un gato esperando el momento apropiado para saltar sobre su presa. Aunque “Él” no se parecía a ningún gato que yo hubiera visto.
Esa noche tuve mi primera pesadilla.
Pude ver al fantasma, jugando con un par de dagas pequeñas. Frente a “Él”, sin verlo, estaba parado el asesino de mis padres. Parecía estar esperando a alguien. En medio de ambos había una calle muy transitada.
Antes de que pregunten como reconocí al autor del crimen habiendo olvidado la experiencia, les diré que lo ignoro completamente. Narrando de este modo no parezco muy seguro de mi mismo ¿Verdad? No importa. Cuando están donde yo estoy ahora, no pueden evitar dudar de todo, incluso de los propios pensamientos.
El fantasma comenzó a avanzar. Quise gritar pero no pude. Traté de despertarme y ocurrió lo mismo. En este sueño, yo no tenía cuerpo ni presencia. Era solo un observador. Uno con la certeza de que algo horrible pasaría en cuanto “Él” llegara al otro lado.
Rogué que alguien lo atropellara, lo detuviera. Yo no quería verlo. Pero “Él” saltó de un auto a otro como si la gravedad no existiera. Cuando esto no funcionó, se enroscó sobre sí mismo como una serpiente. Cuando aún esto no fue suficiente, simplemente se quedó allí, dejando que los coches lo atravesaran, sin dañarlo.
Tan pronto como estuvo frente al criminal, lo decapitó.
Solo luego de oír a una mujer gritar hasta ensordecerme, de ver como un automovilista impresionado por la escena producía un choque, de sentir como un yo que no existía siquiera en el sueño era manchado con sangre, pude despertar.
Me sentía débil, más que nunca antes. Estaba sudando y temblaba de pies a cabeza. Levantarme y caminar hasta la ventana me tomó todas mis fuerzas. El fantasma se había bajado del árbol. No había sangre en sus ropas ni armas en sus manos. Todo estaba exactamente igual.
No, algo era diferente. Cuando me di cuenta de qué, no pude evitar horrorizarme: El fantasma estaba un paso más cerca de mí. Era más sólido ahora, más corpóreo. Ya no era una sombra extraterrena sino una con un pie en la tierra.
Sé lo que van a decir ahora, que todo fue un producto de mi imaginación. Daño psicológico provocado por una situación traumática que mi pequeña y joven mente no pudo soportar, Me gusta esa explicación. Yo mismo creería en ella, si la historia terminara ahí.
Al otro día salió en las noticias: El principal sospechoso del asesinato de mi familia había muerto. Una mujer lo había visto todo, pero aseguraba que la cabeza se había separado del cuerpo por sí sola, como si una espada invisible la hubiera cortado. Como es natural, la policía no le prestó demasiada atención. Los noticieros solo la mencionaban para comentar que debió haber contemplado una escena realmente horrible para que afectara su mente de ese modo. No había otros testigos, un choque en cadena ocurrido en el área se había asegurado de ello.

Nada de esto me sorprendió. Yo ya lo había visto. Sabía que “Él” era el causante, pero no había nada que pudiera hacer. Si trataba de decirle la verdad a alguien, me tratarían como a esa señora de la tele. O peor aún por ser un niño: A mi ni siquiera me escucharían. En el mejor de los casos, se limitarían a decirme que el fantasma era un amigo imaginario mío. Aunque yo sabía bien que “Él” no era mi amigo.
Seguí con mi vida lo mejor que pude. Si se me permite decirlo, creo que lo hice bastante bien. Me costó un poco acostumbrarme a la disminución de mis energías (sí, disminución. Nunca me recuperé del todo de la debilidad que sentí aquella noche.) No obstante, pude obtener las fuerzas que necesitaba gracias a un sueño: El de ser un gran abogado, para asegurarme de que todos los criminales estuvieran tras las rejas.
“Él” nunca me abandonó. Con el tiempo, llegué a acostumbrarme a su presencia ¿Por qué no habría de hacerlo? Mientras “Él” permaneciera ahí, el mundo seguiría existiendo.
En el fondo, creo que intuía que, algún día, algo lo haría avanzar otra vez.
Sucedió el mismo día de mi graduación. Tras muchos esfuerzos, finalmente había obtenido el título de abogado ¿Pueden imaginar lo orgulloso que me sentía? Solo hubiera sido más feliz si mi tío, la persona que me había criado y pagado mies estudios, hubiese ido a verme.
Me resultó extraña su ausencia, por lo que decidí pasar a visitarlo. No debí haberlo hecho, tendría que haberme olvidado de que, alguna vez, había tenido un tío. Quizás entonces nada habría pasado.
Lo encontré muerto de un disparo, frente a una caja fuerte abierta y vacía. Llamé de inmediato a la policía. Reunieron suficiente evidencia para encarcelar al culpable (ayudó que la mansión estuviera llena de cámaras). No iban a hacerlo. O al menos, no inmediatamente. El maldito tenía derecho a un juicio. Uno en el que yo, abogado recién graduado, solo podría participar como testigo.
¿Para que habían sido todos mis esfuerzos? ¿Para volver a quedarme solo y no poder hacer nada al respecto? Entonces me di cuenta de algo, que había intentado ignorar durante mucho tiempo: Odiaba este mundo… y ansiaba su destrucción ¿Cómo podía no odiarlo? Este horrible lugar donde la felicidad dura solo un instante, donde uno pasa casi toda la vida persiguiendo ese momento feliz, que nunca llega.
Algunas personas podrían haber reaccionado mal al llegar a una conclusión como esa. Se habrían enfadado y, luego, descargarían su ira sobre otro o sobre sí mismos ¿Qué hice yo? Nada, absolutamente nada. Cambiar el mundo había sido mi sueño, pero la realidad demostraba que no podía ser más que eso.
El futuro se extendía ante mí como un camino oscuro y sin esperanzas. No quería recorrerlo, aunque nadie se molestó en preguntarme.
Cuando me fui a dormir, no parecía demasiado importante despertar al otro día. Seguro, tenía que testificar, pero la policía ya tenía mi declaración y el juicio podía llevarse a cabo sin mí. En cualquier caso, habría sido irrespetuoso no asistir. Tomé una pastilla para dormir, dejándome caer en la inconsciencia.
Procedo a contarles mi segunda pesadilla (no la segunda de toda mi vida, sino la segunda de importancia para esta historia).
El fantasma estaba corriendo por una callejuela estrecha. Había cambiado: Sus movimientos eran ahora algo más humanos (por alguna razón, eso lo volvía aún más aterrador). Las vendas azules que lo formaban tenían una forma más sólida, algo había debajo de ellas; La máscara blanca emitía un débil resplandor blanquecino. Ya no resultaba posible distinguirla del resto de su cabeza, se había fundido a esta, como si fuera su propio rostro.
Cuando llegó a la calle principal, pude ver hasta que punto “Él” había cambiado. Por que ellos también lo vieron, como antes lo había visto yo. Frenaron bruscamente y se quedaron paralizados. He dicho que el fantasma se parecía un poco a un ser humano, pero este parecido era tan escaso que ni siquiera un niño lo confundiría con uno.
Antes de que nadie pudiera hacer o decir nada, “Él” se acercó al primer auto de la fila y, levantándolo con un solo brazo como si pesara menos que una hoja de papel, lo arrojó contra un edificio cercano.
Los otros le dispararon docenas, quizás cientos de veces, dando siempre en el blanco. No le afectó en lo más mínimo. Solo se quedó ahí, inmóvil, hasta que se terminaron las balas. Luego sacó sus dos dagas pequeñas, y acabó con todos ellos.
Por desgracia, no desperté entonces. Fue después de tener cientos de pesadillas, en cada una de las cuales aparecía el fantasma, más fuerte y terrible que antes, que pude despertar. Me sentía al borde de la muerte. Y parecía estarlo. Estaba extremadamente delgado, con la pálida piel casi pegada a los huesos. No podía dar siquiera dos pasos sin caerme de cansancio.
El mundo ya no era el mismo de antes: Millones de personas habían muerto. Las que quedaban vivían encerradas en sus casas, temerosas de aventurarse al exterior, donde la muerte las estaba esperando. Los gobiernos no podían hacer nada por falta de recursos y personal. La humanidad entera estaba muriendo por mi culpa.
Porque, si mis sospechas eran ciertas, yo era el fantasma, o al menos, una parte de el. Decirlo me condujo de inmediato al manicomio. En realidad, me condujo a varios manicomios. La mayoría de ellos estaban llenos, así que tardaron en encontrar uno que pudiese atenderme. Aparentemente, la mía era una forma de demencia bastante común en estos tiempos.
Cada noche tenía una pesadilla peor que la anterior. En una ocasión “Él” arrojó sus dos dagas al cielo y millones de ellas llovieron sobre una ciudad desafortunada. En otra vi como borraba de la existencia a una persona con solo un gesto de sus manos. La noche siguiente hizo lo mismo con todo un edificio.
Sabía que algún día ya no le quedaría nada por destruir.
Anoche ocurrió: El fantasma los mató a todos. Alzó los ojos al cielo y soltó un largo, agudo e inhumano grito. Redujo a polvo a todos los que lo oyeron, convirtió los edificios en escombros, extinguió la vida de las plantas y animales, secó los océanos; mató el mundo.
Yo sigo vivo, aunque no creo seguir así por mucho tiempo. Escribo esta historia para un sobreviviente que sé que no existe, haciendo comentarios a voces que no puedo escuchar. Como quisiera estar loco, para así poder oírlas y creer en un mañana. Pero no lo estoy, ni puedo ya estarlo. Ni siquiera ahora se cumplen mis deseos.
Se me nubla la vista. Casi no puedo mover las manos. Se que “Él” está cerca, probablemente para exterminarme a mi también. O talvez solo sea que se me está terminando la tinta. Es todo lo que me queda, el último fragmento de color en este mundo en ruinas, esta valiosa tinta roja.

El fantasma se levantó del suelo y sacudió el polvo de sus ropas. Contempló las palabras frente a “Él” y pensó borrarlas, destruirlas al igual que todo lo demás. No pudo, algo lo contuvo. Quizás aún quedara algo en él, algo de aquel niño sin padres. En todo caso, su misión estaba completa.
NO, debía asegurarse de que TODO desapareciera. Lo supo en cuanto vio el cielo, plagado de estrellas. Tendría que apagarlas a todas y entonces, cuando hubiese terminado volvería a borrar esas palabras.
Y nunca más voz alguna volvió a ser oída sobre la faz de la tierra.
FIN.

viernes, 16 de abril de 2010

El duende del Sauce



Se acercaba fin de año y se asomaba una vez más la trágica fecha de la navidad. Desde que mi viejo falleció, las reuniones de familia se fueron dispersando y año tras año las cenas se hicieron cada vez más melancólicas. El año anterior había probado brindar con la vieja, pero el edificio donde se hospeda tenía tanto olor a pis que no me era posible distinguirle el gusto al lechón que había comprado en el Wall Mart. Para colmo el Alseimer estaba ya tan avanzado que no hubo forma de convencerla de que la copa no servía para hablar con su mamá, en primer lugar porque no era el tubo de un teléfono como ella se creía y en segundo lugar porque su mamá se había muerto hacía más de treinta años. Desistí definitivamente cuando empezó a tener una charla íntima y fluida con la botella de sidra “Primer Precio” en la cual era evidente que yo no estaba incluido y, por lo tanto, una buena excusa para dejarlos solos.
Por eso esta vuelta había decidido no respetar las tradiciones y opté por irme a la antigua casa de mis tías, que se encontraba en el llamado “Pueblo De Los Árboles Caídos” una localidad casi invisible llamada así por el elevado número de sauces llorones que inundaba la zona. Cuando el pueblo estaba naciendo esos árboles recién llegaban al país en los barcos extranjeros, y al parecer al fundador se le fue un poquito la mano con las semillitas. De todas maneras era pintoresco ver esa especie de cortinado verde cayendo en la rivera de aquel arroyito cantador, como si fuese la voz principal de una ópera que permanece eternamente vocalizando detrás de un telón cerrado.
De chiquito siempre me costó ir a ese lugar por las cosas que se comentaba entre los pueblerinos. Como es un pueblo chico los mitos están siempre a flor de piel, y “El Duende Del Sauce” fue desde épocas inmemorables, comentado, temido y respetado. A los ocho años nuestras tías nos obligaban a estar adentro porque el duende nos podía atrapar, y, diga lo que diga cualquier psicólogo infantil, el método era admirablemente efectivo para que nosotros, que éramos rebeldes por naturaleza, respetemos estrictamente las normas de la casa. Lo que se rumoreaba entre los lugareños era que se lo solía ver muy tranquilo sentado en alguna rama de algún sauce, y que si algún curioso tenía la osadía de observarlo, el duende, que era descarado como cualquier duende medianamente respetable, se aparecía de inmediato cerca del mirón para torturarlo con sus travesuras, que nadie nunca supo decir si eran o no inofensivas, pero por las dudas todos sugerían no mirar de noche aquellos árboles que inundaban casi la totalidad del paisaje. Por eso cuando oscurecía las cortinas de las casas se bajaban sin excepción.
La cuestión es que ya con treinta y cinco añitos me daba un poco de vergüenza dejar de ir por el Duende del Sauce. Ya hacía muchos veranos que no me tomaba unas buenas vacaciones y sumado a que el laburo estaba a punto de estropearme en carácter definitivo las pocas neuronas que me quedaban, preparé el auto sin pensarlo demasiado para embarcarme hacia aquel pueblito de la infancia.
Y ahí me mande nomás, con un par de libritos, el termo, el mate, treinta kilos de yerba por las dudas, un poco de carne, unos carbones, unos copetes... que sé yo, algo para pasar un fin de semana navideño en completa armonía y soledad. Eso sí, no me llevé ni radio ni telefonito. Quería descansar un poco la cabeza, o al menos lo que me quedaba de ella.
Llegué cerca del mediodía. Desayuné un poco y me dediqué a limpiar los sectores de la casa que iba a usar durante los días que durara mi estadía. Hacía años que nadie se ocupaba de las tareas domésticas y las ratas daban claras muestras de haberse dado cuenta hacía ya un buen tiempo.
Mientras cortaba el pasto salió a saludarme el primer vecino. Se acercó en son de paz y durante toda la introducción de la charla se la pasó lamentando la muerte de mis tías, dos solteronas que para lo único que existían era para ganarse el aprecio de los que vivían cerca regalándoles porciones de tartas y budines caseros, que era lo único que hacían durante todo el día. Y de a poco, con una notable maniobra del lenguaje que no alcancé a advertir en su momento, me fue llevando al tema preferido de la gente de aquellas desoladas regiones: “El Duende del Sauce”. Puse la mejor cara de hipócrita que me salió, y respondí con falso interés sus advertencias, sin cometer el error de decirle que yo no creía en esas cosas. Una vez tuve la mala idea de decirle a un testigo de Jehová que era ateo y me tuvo la mitad del domingo intentando convencerme de que si no leía su revistita y rezaba tres padre nuestro antes de acostarme, esa misma noche iba a pasar a buscarme el mismísimo Belcebú para llevarme con él a las temibles profundidades del infierno que un hereje como yo se merecía. La verdad era que me tenían los huevos al plato con ese duende de mierda que no era más que el producto de un infantil delirio colectivo. Me aburrió con lo de siempre: que los perjudicados eran los curiosos, que el cuidado había que tenerlo a la noche, y que a la belleza de los sauces había que aprovecharla únicamente durante el día. Pero agregó algo más que yo desconocía: el Duende del Sauce tenía, naturalmente, poderes mágicos, los cuales utilizaba para adivinar el punto débil de la víctima haciendo que su ataque sea profundo y efectivo. Me aseguró no saber si tenía o no intenciones de lastimar a la gente, pero que conocía muchos cuentos terribles que no los quería reproducir en ese momento para no perturbarme la víspera de la navidad, sin darse cuenta que con su embolada visita ya me la había perturbado más de lo que yo hubiese querido.
Por fin se fue, y durante la tarde pasé una de las horas más felices de mi vida. Me sentía en la gloria tirado sobre el pasto recién cortado, mirando el cielo con el ombligo y dejando fluir toda expresión espontánea de mi cuerpo sin reprimirle su libre voluntad de volumen, aroma u orificio. Pero mi felicidad radicaba principalmente en la distancia abismal que existía entre mi cerebro y la mala onda del archirompepelotas de mi jefe. Qué lindo era estar sin diarios, sin noticieros, y sin un compañero de trabajo que te relate las noticias por segunda vez en el día con el odioso y trillado tono de la indignación. En ese lugar no escuchaba más que los pajaritos y por suerte ninguno interrumpía su canto para brindar ningún servicio meteorológico que informara el pronostico del resto de la jornada.
A la tardecita empecé a hacer el fuego. Corté unos salamines que muy inteligentemente había tenido la prudencia de llevar, y puse un par de costillitas para que fueran asándose con paciente lentitud. En ese momento, como era de esperarse, salió el último vecino que vi en el día a advertirme que entrara porque al Duende del Sauce no le iba a gustar que un forastero como yo estuviese haciendo fuego hasta tarde. Yo le levanté la mano con cara de no saber qué significaba forastero y seguí con lo mío. Opté en cambio por descorcharme la primer cervecita y me desabroché la camisa para que mi panza me hiciese un poco de compañía en aquella solitaria velada. Pobrecita, tan escondida la tengo siempre en la ciudad que decidí invitarla al menos a esta particular cena navideña.
Cuando sentí el primer chistido ya me estaba terminando la segunda Palermo. Lo primero que imaginé fue al vecino que, contradiciendo sus propias advertencias, se acercaba exponiéndose a los peligros del duende para manguearme un pedazo de asado. Me acuerdo que se me ocurrió decirle que lo que estaba en la parrilla no era carne de vaca sino que el duende se me había hecho el loco justo cuando tenía la cuchilla en la mano. En una de esas se la creía y decidía no comerme la comida. Pero cuando me di vuelta no encontré más que la cortadora de pasto estacionada junto al montón de yuyos verdes que yo había juntado durante la tarde. No le di mayor importancia. Con dos birrines encima uno se abre a cualquier experiencia del tercer tipo, y hasta del cuarto y del quinto. Pero a los pocos minutos el chistido se repitió. Esta vez mi reacción fue un poco más neurótica y di vuelta la cabeza a la velocidad de la luz. Para tener una experiencia del tercer tipo faltaba un chistido más, así que opté por tranquilizarme y distraerme un poco con el asado. Pero entonces la cosa se puso más directa. Desde la espesura misma de la noche uno de esos coquitos que caen de las plantas voló con aparente autonomía y me pegó directa y ruidosamente en el medio de la frente. Ya no hizo falta darme vuelta para comprobar que no había nadie en frente mío. Me puse a gritar con fingido coraje quién andaba ahí, y a exigir que si de verdad se creía tan vivo que se acercara. No obtuve más respuesta que otro coquito por el otro lado, y ahí, sin reflexión mediante, perdí en un segundo toda la calma que había ganado en el transcurso de la tarde. Recontraputié de arriba abajo al gracioso y lo amenacé con cagarlo a trompadas si no aparecía. Di toda la vuelta a la casa corriendo, gritando y transpirando como un loco, pero cuando llegué de nuevo al frente detuve en seco la marcha de los pies junto con la de los pulmones. El tipo estaba ahí, lo más tranquilo, hamacando los pies como un nene sentado en la rama más baja de un sauce. Yo me quedé mirándolo sin mover un solo músculo congelado por el susto, y entonces advertí que su mano izquierda estaba repleta de esos coquitos que mi frente había recibido hacía apenas unos minutos. Agarró uno con la derecha, se lo metió en la boca como para comérselo, lo saboreó un poco y me lo escupió en el medio de los ojos con una envidiable puntería. Festejó su acierto con un sobrio grito de victoria mientras alzaba las manos haciendo volar los coquitos como papel picado, y con total parsimonia se dejó caer suavemente hacia el suelo. Era verde, flaco y petiso como los duendes de las películas, pero no tenía ese clásico bonete puntiagudo, y en su lugar exhibía una amplia pelada más impactante que la de mi suegro, sobre todo porque en este caso yo la podía contemplar directamente desde arriba.
De a poquito se fue acercando a la parrilla con las manos entrelazadas en la cintura, como si fuese un inspector de bromatología que está por corroborar una falta imperdonable o, mejor dicho, una coima generosa. De pronto descubrió el salamín cortado sobre la tabla y me miró en un ágil movimiento de cabeza mientras lo señalaba, como diciendo “¿puedo?”. Yo asentí en silencio y él, con una sonrisa que expresaba un cínico agradecimiento, se cortó dos tajadas de pan, se sirvió un baso de cerveza y se sentó con los pies encima del respaldo de la silla contigua a disfrutar de mi involuntaria invitación. Se mandó el sándwich que se había armado con una hábil sacudida de muñeca y sin terminar de masticarlo le pegó un buen trago a la cerveza que un poco se le quería escapar por las comisuras de la boca. Sin alcanzar a tragar del todo empezó a hablar como si estuviese continuando una conversación ya empezada hacía horas.
-¿Sabés lo que pasa hermano? Yo te voy a decir lo que pasa. Pasa que estoy repodrido de asustar a los mismos pelotudos de siempre. – Quedé sorprendido al escuchar que de ese extraño ser, que no parecía mayor que un adolescente, salía la voz de un señor de por lo menos sesenta años– Para colmo cada vez que viene un extranjero no pasan ni diez minutos que ya alguno de estos de los que vive acá le va con el chisme de que “guarda con el duende, guarda con el duende”. Claro, estos salamines no tienen un sorongo que hacer en todo el día y se entretienen cagandole el laburo a un pobre diablo como yo. Ha... hablando de salamines loco; un espectáculo. – Agregó el duende mientras levantaba como un trofeo un segundo sándwich que se había ido preparando mientras conversaba y, sin dudar se lo mandó entero a la boca. – Y enshima ficado brueso ¿ño? – Yo asentí con la cabeza mientras me sacudía algunas migas que me llegaron al pantalón. Hizo un gran esfuerzo por tragar y continuó mientras se preparaba una tercera tajada - ¿Sabés cuanto hacía que no comía un buen salamín? Estos viejos de mierda se la pasan comiendo ensalada de porotos y puré de calabaza. Y al final terminan asustándome ellos a mí con los pedos que se tiran mientras duermen. No, si te digo, este lugar es una verdadera cagada, en el sentido más literal de la palabra – Y carcajeó festejando su propio chiste, que desembocó en una terrible tosida que casi lo hace escupir todo lo que tenía en la boca. Se calmó, se golpeó el pecho y continuó. – Vivir en un pueblo es terrible, créeme. Todos los días son iguales. Que los grillitos, que las ranitas, que el arroyito... Un embole. Si por lo menos hubiese un buen bulo, aunque fuesen dos gordas patas de flan, no importa, algo para hacer ¿Viste?. Pero acá nada, che, pero lo que se dice nada, nada. Y lo peor es que el laburo está flaco hermano. Antes aunque sea los pibes se cagaban hasta las patas conmigo. Ahora están todos re abichados. Con tanta tele y tanta interné, para asustarlo hace falta una súper producción de Hollywood, y acá viste yo laburo con bajo presupuesto, qué voy a hacer, es la que hay... Si aunque sea trabajara con otro, por ahí la cosa sería distinta, que sé yo. Igual te digo una cosa, he escuchado de otros duendes que trabajaban asociados y terminaron queriéndose arrancar las pestañas a mordiscones. A la hora de los números nadie es amigo de nadie ¿Viste? Pero te soy sincero, a veces me dan ganas de darme una vueltita por Misiones y traerme al Pombero ese para que me dé una regia manito. Yo lo conozco, es macanudo el pibe. Pero mientras tanto, ¿Quién se hace cargo de todo esto? Por más que no pase nada tengo que estar acá ¿Viste? El laburo de duende es así, te tiene atado, no te deja mandar una. Yo me fui a quejar al sindicato, pero si te dan una semana por año tenés que darles las gracias y besarle las patas, y con una semana no llego ni a la ruta. O qué querés ¿qué me tome un bondi? No se puede papi, un duende, hoy en día, está discriminado por la sociedad, no hay vuelta que darle. A esta altura del partido esas cosas siguen pasando, es la realidad, la triste realidad. Pero hay que comersela. Y también les dije a los del sindicato que necesitaba otras condiciones laborales, che. ¿Sabés loco, lo que es dormir todos los días en esa ramita de mierda? Yo me levanto con tortícolis, calambres, dolores de cabeza, de columna, de ojete, todo junto. Ya estoy viejo para estas cosas. Te digo la verdad flaco, yo no aguanto más, te juro ¿he? no aguanto más.
El duende me siguió hablando durante toda la noche, sin dejarme ni tiempo para descomprimir el efecto diurético de la cerveza. Por suerte mientras estuvo él presente no tomé un sorbo más. En realidad nunca me convidó. Se las buscó, se las sirvió y se las tomó él solito. Ni siquiera me invitó a sentarme. Se la pasó hablando de que su mujer no podía entender que un lavarropas, una cocina y una computadora no se podían subir a un árbol, de que sus amigos hacía años que a sus espaldas le decían “El Duende Llorón”, de que todas las minas lo tenían como un viejo verde, de que ya no asustaba como antes, de que la gente por tanto cine ya lo había confundido con E.T., con un Gremblin, y hasta con Gollum, ese bicho horrible y ambicioso de El Señor de los Añillos, y terminó diciéndome que le hacía un enorme favor si le pasaba el número de algun terapeuta de confianza. Sinceramente el duende era insoportable, pero estaba realmente triste, así que opté por hacerle la gauchada de escucharlo lo más que pude. Se notaba que necesitaba hablar. Pero cuando la cosa ya estaba por clarear, el duende empezó realmente a asustarme. Me abrazó, me dijo que era la única persona que lo escuchaba y lo entendía, me habló de un mega proyecto televisivo con el que nos íbamos a llenar de guita y me aseguró que los Pekes iban a ser un poroto al lado de las ideas que él tenía. Cuando ya me temblaban las piernas de terror me pidió que lo esperara, que subía a buscar no sé qué cosa al árbol y que se venía conmigo a empezar un negocio “demoledor”. Ni bien puso un pie en la primer rama salí corriendo con tremenda desesperación al auto y lo saqué arando sin preocuparme por la prolijidad del pasto, por el sueño de los vecinos ni por la integridad del motor.
Me costó varios días recuperarme del shock. Nunca sentí tanto miedo. Realmente el Duende del Sauce era más peligroso de lo que pensaba. Me prometí no volver jamás a aquel lugar e iniciar los trámites para poner la casa en venta, y a pesar de que fue uno de los episodios más angustiantes que he pasado, después de aquel día empecé a ir a trabajar con un humor tan poco habitual en mí que mis compañeros me hablaban con cierta distancia y me miraban con absoluta desconfianza. Pero lejos de preocuparme estoy tranquilo de que así sea, porque no sé si será que el episodio con el duende me despertó mi costado obsesivo y paranoico, pero la verdad es que en más de una ocasión me pareció encontrarle un tono un poco verdoso a la piel de la gente que trabaja conmigo, al punto de sospechar que ellos en realidad eran duendes que se pintaban la cara para escapar de esa difícil y desgastante profesión. Quién te dice, tal vez el mundo está repleto de duendes maquillados y disfrazados y nosotros ni siquiera nos damos cuenta. Será cuestión de estar atentos.


Germán