Bueno este es un cuento que escribí durante las vacaciones. El único que logre escribir en ese período. Es también mi primer cuento con un narrador protagonista. Les advierto que no es una historia muy feliz. Por favor dejen algún comentario, crítica, o lo que sea.
ESPECTRO
AUTOR: SANTIAGO GJURATOVICH
La primera vez que vi al fantasma fue durante el funeral de mis padres. Llevaba puesta esa extraña máscara suya: Completamente blanca, sin líneas que indicaran rasgo o gesto alguno, solo unas finas rendijas rojas para los ojos. Le quedaba a la perfección, y cubría por completo su rostro. Vestía (Bueno, no se me ocurre otra palabra para describirlo) una delgada tela azul que había sido enrollada varias veces alrededor de su cuerpo. Era enorme (al menos eso creo, es difícil saber, como nunca volví a verlo completamente erguido) debía de medir más de dos metros.
Pude observarlo con claridad a través de la lluvia, aunque nadie más parecía notarlo. Recuerdo que en aquel entonces no me pareció extraño ¿Qué esperaban? Era solo un niño, y tenía miedo.
Yo tendría seis, quizás siete años (no puedo decirlo con seguridad, cuando pienso en aquella época, todo se vuelve confuso). La noche anterior, toda mi familia había sido asesinada por un ladrón. No sé porqué lo hizo, realmente no teníamos tanto dinero. Mis padres solo eran doctores. Casi todo lo que ganaban se usaba para pagar la educación de mi hermana.
Un segundo estaba dibujando en mi pizarra y al segundo siguiente despertaba en el hospital. No quiero saber como sobreviví, ignoré a todos los que querían contármelo. Lo he olvidado por una buena razón y quiero que siga así: olvidado.
Un pariente lejano se encargaría de mí. Ya saben, de esos que solo se ven un par de veces al año, como mucho. Creo que era un tío, pero no estoy seguro. Me llevó a su casa en las afueras del pueblo, donde dejaría que sus sirvientes se encargaran de mí. A él le sobraba dinero y le faltaba tiempo.
Cuando llegó la hora de dormir, no pude resistirme a mirar por la ventana. El fantasma, que me había seguido durante todo el camino, todavía estaba ahí. Se había acurrucado en las ramas de un árbol. Había algo extrañamente felino en esa imagen: Como si fuera un gato esperando el momento apropiado para saltar sobre su presa. Aunque “Él” no se parecía a ningún gato que yo hubiera visto.
Esa noche tuve mi primera pesadilla.
Pude ver al fantasma, jugando con un par de dagas pequeñas. Frente a “Él”, sin verlo, estaba parado el asesino de mis padres. Parecía estar esperando a alguien. En medio de ambos había una calle muy transitada.
Antes de que pregunten como reconocí al autor del crimen habiendo olvidado la experiencia, les diré que lo ignoro completamente. Narrando de este modo no parezco muy seguro de mi mismo ¿Verdad? No importa. Cuando están donde yo estoy ahora, no pueden evitar dudar de todo, incluso de los propios pensamientos.
El fantasma comenzó a avanzar. Quise gritar pero no pude. Traté de despertarme y ocurrió lo mismo. En este sueño, yo no tenía cuerpo ni presencia. Era solo un observador. Uno con la certeza de que algo horrible pasaría en cuanto “Él” llegara al otro lado.
Rogué que alguien lo atropellara, lo detuviera. Yo no quería verlo. Pero “Él” saltó de un auto a otro como si la gravedad no existiera. Cuando esto no funcionó, se enroscó sobre sí mismo como una serpiente. Cuando aún esto no fue suficiente, simplemente se quedó allí, dejando que los coches lo atravesaran, sin dañarlo.
Tan pronto como estuvo frente al criminal, lo decapitó.
Solo luego de oír a una mujer gritar hasta ensordecerme, de ver como un automovilista impresionado por la escena producía un choque, de sentir como un yo que no existía siquiera en el sueño era manchado con sangre, pude despertar.
Me sentía débil, más que nunca antes. Estaba sudando y temblaba de pies a cabeza. Levantarme y caminar hasta la ventana me tomó todas mis fuerzas. El fantasma se había bajado del árbol. No había sangre en sus ropas ni armas en sus manos. Todo estaba exactamente igual.
No, algo era diferente. Cuando me di cuenta de qué, no pude evitar horrorizarme: El fantasma estaba un paso más cerca de mí. Era más sólido ahora, más corpóreo. Ya no era una sombra extraterrena sino una con un pie en la tierra.
Sé lo que van a decir ahora, que todo fue un producto de mi imaginación. Daño psicológico provocado por una situación traumática que mi pequeña y joven mente no pudo soportar, Me gusta esa explicación. Yo mismo creería en ella, si la historia terminara ahí.
Al otro día salió en las noticias: El principal sospechoso del asesinato de mi familia había muerto. Una mujer lo había visto todo, pero aseguraba que la cabeza se había separado del cuerpo por sí sola, como si una espada invisible la hubiera cortado. Como es natural, la policía no le prestó demasiada atención. Los noticieros solo la mencionaban para comentar que debió haber contemplado una escena realmente horrible para que afectara su mente de ese modo. No había otros testigos, un choque en cadena ocurrido en el área se había asegurado de ello.
Nada de esto me sorprendió. Yo ya lo había visto. Sabía que “Él” era el causante, pero no había nada que pudiera hacer. Si trataba de decirle la verdad a alguien, me tratarían como a esa señora de la tele. O peor aún por ser un niño: A mi ni siquiera me escucharían. En el mejor de los casos, se limitarían a decirme que el fantasma era un amigo imaginario mío. Aunque yo sabía bien que “Él” no era mi amigo.
Seguí con mi vida lo mejor que pude. Si se me permite decirlo, creo que lo hice bastante bien. Me costó un poco acostumbrarme a la disminución de mis energías (sí, disminución. Nunca me recuperé del todo de la debilidad que sentí aquella noche.) No obstante, pude obtener las fuerzas que necesitaba gracias a un sueño: El de ser un gran abogado, para asegurarme de que todos los criminales estuvieran tras las rejas.
“Él” nunca me abandonó. Con el tiempo, llegué a acostumbrarme a su presencia ¿Por qué no habría de hacerlo? Mientras “Él” permaneciera ahí, el mundo seguiría existiendo.
En el fondo, creo que intuía que, algún día, algo lo haría avanzar otra vez.
Sucedió el mismo día de mi graduación. Tras muchos esfuerzos, finalmente había obtenido el título de abogado ¿Pueden imaginar lo orgulloso que me sentía? Solo hubiera sido más feliz si mi tío, la persona que me había criado y pagado mies estudios, hubiese ido a verme.
Me resultó extraña su ausencia, por lo que decidí pasar a visitarlo. No debí haberlo hecho, tendría que haberme olvidado de que, alguna vez, había tenido un tío. Quizás entonces nada habría pasado.
Lo encontré muerto de un disparo, frente a una caja fuerte abierta y vacía. Llamé de inmediato a la policía. Reunieron suficiente evidencia para encarcelar al culpable (ayudó que la mansión estuviera llena de cámaras). No iban a hacerlo. O al menos, no inmediatamente. El maldito tenía derecho a un juicio. Uno en el que yo, abogado recién graduado, solo podría participar como testigo.
¿Para que habían sido todos mis esfuerzos? ¿Para volver a quedarme solo y no poder hacer nada al respecto? Entonces me di cuenta de algo, que había intentado ignorar durante mucho tiempo: Odiaba este mundo… y ansiaba su destrucción ¿Cómo podía no odiarlo? Este horrible lugar donde la felicidad dura solo un instante, donde uno pasa casi toda la vida persiguiendo ese momento feliz, que nunca llega.
Algunas personas podrían haber reaccionado mal al llegar a una conclusión como esa. Se habrían enfadado y, luego, descargarían su ira sobre otro o sobre sí mismos ¿Qué hice yo? Nada, absolutamente nada. Cambiar el mundo había sido mi sueño, pero la realidad demostraba que no podía ser más que eso.
El futuro se extendía ante mí como un camino oscuro y sin esperanzas. No quería recorrerlo, aunque nadie se molestó en preguntarme.
Cuando me fui a dormir, no parecía demasiado importante despertar al otro día. Seguro, tenía que testificar, pero la policía ya tenía mi declaración y el juicio podía llevarse a cabo sin mí. En cualquier caso, habría sido irrespetuoso no asistir. Tomé una pastilla para dormir, dejándome caer en la inconsciencia.
Procedo a contarles mi segunda pesadilla (no la segunda de toda mi vida, sino la segunda de importancia para esta historia).
El fantasma estaba corriendo por una callejuela estrecha. Había cambiado: Sus movimientos eran ahora algo más humanos (por alguna razón, eso lo volvía aún más aterrador). Las vendas azules que lo formaban tenían una forma más sólida, algo había debajo de ellas; La máscara blanca emitía un débil resplandor blanquecino. Ya no resultaba posible distinguirla del resto de su cabeza, se había fundido a esta, como si fuera su propio rostro.
Cuando llegó a la calle principal, pude ver hasta que punto “Él” había cambiado. Por que ellos también lo vieron, como antes lo había visto yo. Frenaron bruscamente y se quedaron paralizados. He dicho que el fantasma se parecía un poco a un ser humano, pero este parecido era tan escaso que ni siquiera un niño lo confundiría con uno.
Antes de que nadie pudiera hacer o decir nada, “Él” se acercó al primer auto de la fila y, levantándolo con un solo brazo como si pesara menos que una hoja de papel, lo arrojó contra un edificio cercano.
Los otros le dispararon docenas, quizás cientos de veces, dando siempre en el blanco. No le afectó en lo más mínimo. Solo se quedó ahí, inmóvil, hasta que se terminaron las balas. Luego sacó sus dos dagas pequeñas, y acabó con todos ellos.
Por desgracia, no desperté entonces. Fue después de tener cientos de pesadillas, en cada una de las cuales aparecía el fantasma, más fuerte y terrible que antes, que pude despertar. Me sentía al borde de la muerte. Y parecía estarlo. Estaba extremadamente delgado, con la pálida piel casi pegada a los huesos. No podía dar siquiera dos pasos sin caerme de cansancio.
El mundo ya no era el mismo de antes: Millones de personas habían muerto. Las que quedaban vivían encerradas en sus casas, temerosas de aventurarse al exterior, donde la muerte las estaba esperando. Los gobiernos no podían hacer nada por falta de recursos y personal. La humanidad entera estaba muriendo por mi culpa.
Porque, si mis sospechas eran ciertas, yo era el fantasma, o al menos, una parte de el. Decirlo me condujo de inmediato al manicomio. En realidad, me condujo a varios manicomios. La mayoría de ellos estaban llenos, así que tardaron en encontrar uno que pudiese atenderme. Aparentemente, la mía era una forma de demencia bastante común en estos tiempos.
Cada noche tenía una pesadilla peor que la anterior. En una ocasión “Él” arrojó sus dos dagas al cielo y millones de ellas llovieron sobre una ciudad desafortunada. En otra vi como borraba de la existencia a una persona con solo un gesto de sus manos. La noche siguiente hizo lo mismo con todo un edificio.
Sabía que algún día ya no le quedaría nada por destruir.
Anoche ocurrió: El fantasma los mató a todos. Alzó los ojos al cielo y soltó un largo, agudo e inhumano grito. Redujo a polvo a todos los que lo oyeron, convirtió los edificios en escombros, extinguió la vida de las plantas y animales, secó los océanos; mató el mundo.
Yo sigo vivo, aunque no creo seguir así por mucho tiempo. Escribo esta historia para un sobreviviente que sé que no existe, haciendo comentarios a voces que no puedo escuchar. Como quisiera estar loco, para así poder oírlas y creer en un mañana. Pero no lo estoy, ni puedo ya estarlo. Ni siquiera ahora se cumplen mis deseos.
Se me nubla la vista. Casi no puedo mover las manos. Se que “Él” está cerca, probablemente para exterminarme a mi también. O talvez solo sea que se me está terminando la tinta. Es todo lo que me queda, el último fragmento de color en este mundo en ruinas, esta valiosa tinta roja.
El fantasma se levantó del suelo y sacudió el polvo de sus ropas. Contempló las palabras frente a “Él” y pensó borrarlas, destruirlas al igual que todo lo demás. No pudo, algo lo contuvo. Quizás aún quedara algo en él, algo de aquel niño sin padres. En todo caso, su misión estaba completa.
NO, debía asegurarse de que TODO desapareciera. Lo supo en cuanto vio el cielo, plagado de estrellas. Tendría que apagarlas a todas y entonces, cuando hubiese terminado volvería a borrar esas palabras.
Y nunca más voz alguna volvió a ser oída sobre la faz de la tierra.
FIN.