lunes, 2 de noviembre de 2009

Parar el reloj

Bueno, parece que finalmente logré superar mi bloque creativo y escribir algo por cuenta propia. Este es el primer cuento que escribo en casi un año. Disculpen si tiene alguna falta de ortografía, porque lo pasé medio rápido. Bueno, que lo disfruten.

PARAR EL RELOJ

AUTOR: SANTIAGO GJURATOVICH
El viajero del tiempo fumaba en una esquina. Fumaba uno de esos cigarrillos sintéticos (sin tabaco, ni nicotina) que se habían estandarizados a partir del siglo XXVI. Personalmente, él siempre había preferido los normales, incluso si tenía que comprarlos de contrabando. Después de todo ¿Qué importa que te dé cáncer cuando la cura vale menos que un paquete de caramelos?
Claro que, técnicamente, esa cura aún no había sido inventada y él, todavía no había nacido.
Estaba en una calle transitada de mediados del siglo XXI. A su alrededor, la gente le lanzaba miradas repletas de ira, temor, e incluso repugnancia. El viajero maldijo su mala memoria y arrojó el cigarrillo a un lado. Se le había olvidado que en esa época, fumar era visto casi tan mal como el asesinato. Esto solo empeoraría hasta la aparición de una alternativa saludable, casi cien años más tarde.
Bueno, nadie podía culparlo por bajar la guardia. Después de todo, era su primera vez en lo que, desde su punto de vista, era el pasado. Ni siquiera habían tenido tiempo de prepararlo apropiadamente, debido a la urgencia de la misión. De su éxito o su fracaso dependía el destino del tiempo mismo.
Y todo por culpa de las acciones de un viejo.
Comenzó como un pequeño desperfecto en la computadora central, ubicada en los cuarteles generales de los viajeros del tiempo, en el siglo XXX. Nada demasiado grande, solo provocaba desviaciones de uno o dos segundos en cada viaje temporal. Pero no podían repararlo. Los técnicos nunca habían visto nada semejante. Toda la evidencia indicaba que la anomalía, simplemente, no podía existir. Y sin embargo, ahí estaba.
Comenzaron a circular toda clase de rumores. Algunos creían que la computadora había sido saboteada, otros, que toda la situación era solo un gran ejercicio preparado por sus superiores y, algunos, pensaban que era el tiempo mismo que, harto de ser recorrido y modificado constantemente, intentaba detenerlos. Sobra decir, que solo uno de estos grupos tenía la razón.
Poco a poco, el problema empeoró. La desviación creció de solo unos segundos a unos cuantos minutos. Para una organización que se dedicaba a hacer las cosas en el momento justo, esto era inaceptable. Buscaron ayuda en otros periodos de tiempo. Reunieron a las mentes más brillantes del pasado, presente y futuro.
Los genios analizaron el problema desde distintos ángulos, empleando cada cual los métodos que considerara más efectivos. Se les proveyó con la tecnología más avanzada disponible. Finalmente, deliberaron durante todo un día antes de llegar a una conclusión. La cual fue, que no podían hacer nada.
Al no ver otra opción, los viajeros del tiempo decidieron romper una de sus propias reglas… y consultar al relojero.
El relojero era un hombre muy anciano que vivía a finales del siglo XVIII. Se cree que era el único miembro de una especie que no había prosperado (al no tener hijos, la especie se había extinto con él, su primer y último miembro). Todo contacto con él estaba terminantemente prohibido, por que aunque parecía humano, poseía un poder terrible: La capacidad para entender a la perfección todo sistema o mecanismo. ¿Y que era el universo sino un enorme mecanismo? ¿Qué eran las distintas ramas del conocimiento humano sino sistemas ordenados de información?
Alguien así fácilmente podría haberse convertido en presidente o algo similar. Pero en vez de eso, el se dedicó a fabricar relojes. Puede que no estuviera consciente de su propio potencial, o quizás si lo estaba pero no le interesaba la grandeza. Fuera como fuese, este hombre fue llevado al siglo XXX.
Lo comprendió todo con gran facilidad, demasiada. Solicitó acceso ilimitado a la biblioteca, argumentando que no podría reparar nada sin tener algo de información. Salió de allí en tres días. Deberían haber sospechado en aquel entonces.
Tras solucionar el desperfecto en la computadora central, el anciano hizo algo que los dejó a todos boquiabiertos: Sacó de sus bolsillos un extraño reloj y una hoja con complejos cálculos, para luego hablar a quienes le rodeaban con su vieja voz
-Esto es una máquina del tiempo portátil. La hice yo mismo basándome en los datos que adquirí en este siglo. Voy a usarla para huir de aquí. No, no disparen. Si lo hacen me iré ahora mismo y no tendrán forma de rastrearme. Hice los cálculos para el viaje manualmente, así que la computadora no les serviría. Tengo una idea, que considero correcta y pienso llevar a cabo. Claro que podría estar equivocado. Si ustedes creen que es así, son libres para intentar detenerme. Por cierto, mi idea es esta: voy a detener el tiempo.- Entonces desapareció, dejando tras de sí aquella hoja de papel.
El caos que siguió a continuación resulta difícil de describir empleando solo palabras. Tal vez alguien pueda hacerlo, pero por el momento, se halla más allá de las capacidades de este humilde narrador, que espera le disculpen.
Las operaciones matemáticas contenidas en el papel fueron declaradas como “más allá del poder de comprensión de esta unidad” por la computadora central. Solo analizando cada aspecto por separado fue posible averiguar algo. Aparentemente el relojero estaba en algún lugar entre el siglo XX y el siglo XXX. Todo el personal fue dividido entre esos periodos de tiempo.
Así es como volvemos al principio. Nuestro viajero del tiempo, quien ya ha arrojado el cigarrillo, observa una torre con un reloj. No logra recordar su nombre, solo que fue destruida durante la tercera guerra mundial (junto con el resto del continente). Parecía un lugar demasiado obvio para que el relojero se ocultara, pero había que revisarlo de todos modos.
El viajero subió sin prisa por las largas escaleras de mármol. Al llegar a la cima, se encontró al relojero, trabajando en lo que alguna vez había sido su máquina del tiempo. El viejo problemático incluso tuvo el descaro de sonreírle mientras sostenía en sus manos aquel aparato fuertemente modificado.
-Llegaste justo a tiempo- dijo- acabo de terminar
-¿De que habla?- preguntó el viajero confundido- El tiempo no se ha detenido.
-¿De verdad? ¿Por qué no consultas tu reloj?
El viajero lo hizo y vio que, si bien la pequeña máquina tenía energía, había dejado de avanzar.- ¿Eso fue todo lo que hizo? ¿Parar el reloj?
-No- respondió el anciano con una sonrisa torcida- Lo que hice fue inutilizar todos los relojes, calendarios y demás artefactos de medición del tiempo del pasado, presente y futuro. El concepto de tiempo que la humanidad tenía era erróneo y acaba de desaparecer. Podrías decir incluso que el tiempo se ha detenido.
- Pero ¿Por qué hizo esto? ¡No tiene ningún sentido!- exclamó el viajero
- ¡¿Por qué?! ¡Porque todos éramos esclavos del tiempo! Inclinándonos ante él sin importar nuestro poder o nuestra astucia, vendiéndole el alma al reloj. ¡Ahora somos libres!
El viajero sacó su arma y habló- Bueno tendrá usted que reparar el tiempo
- Tiempo ¿Qué es eso?- quiso saber el anciano
- ¡no se haga el tonto!- Ordenó el joven- El tiempo es…- Se calló, el tampoco lo recordaba.
Yo, el tiempo, me quede observando la escena largo rato. Esa fue la última vez que alguien pronunció mi nombre. Nadie ha vuelto a tratar de medirme o controlarme. Las personas ya no me ven, ni siquiera cuando me paro frente a ellas. No oyen mi voz cuando las llamo. Soy completamente libre… y estoy completamente solo.
FIN.